miércoles, 19 de febrero de 2014

Iphu para

Estuvo batallando contra la muerte un día completo, pero la enfermedad pudo más que sus ganas de vivir. Era la tarde de un caluroso verano cuando tomó sus maletas para emprender el único viaje certero en esta vida. Congregados en su recuerdo, una multitud de agradecidos ciudadanos se sumergía en el aromático mar de flores,  danzando rumbo al cementerio. Terminada la jornada una suave lluvia bañó la ciudad adormecida; una enorme sonrisa apareció en el cielo, mientras ella besaba a los suyos gota gota, desde la inmensidad.

martes, 7 de enero de 2014

Océano

Alzó su cuerpo y pudo observar el vasto horizonte que se imponía ante sus ojos, a ratos el sonido de las gaviotas cargaba en sus alas con la tristeza que la inundaba y la desbordaba en sollozos. El sol brillaba hermoso a media tarde, ni una sola nube presenciaba su desdicha, a los lejos las risas de los niños contrastaban con los gritos de su alma desgarrada.
Era imposible no pensar en el pasado, uno a uno los años desperdiciados iban golpeando su cabeza como campanadas que anuncian la llegada de un difunto. El vacío interior parecía más amplio cada vez que centraba su mirada en la inmensidad del mar, la soledad llenaba cada poro de su cuerpo, cerrando las ventanas al sentido común.
Aunque fue ella quien decidió partir, no pudo sostenerse en equilibrio con la realidad.
El vaivén de las olas, la invitaba a sumergirse, la frescura del agua sin duda apagaría aquel dolor quemante que le impedía estar en paz.
Abrió amplias alas y voló a sumergirse en la tranquilidad tan anhelada, los testigos señalaron que mientras caía por el precipicio parecía sonreír....

sábado, 23 de noviembre de 2013

Novena

Habían pasado ya los nueve días, era tiempo para realizar la ceremonia. Se dispuso todo para la fiesta, la chicha, las flores, la comida. El calor apremiante podría hacer que se adelantara el proceso, pero confiados en el conocimiento ancestral, todo seguiría su curso normal.
Resultaba complejo y criminal seguir con algunas costumbres en el poblado, pero no había otro modo de hacerlo.
Salieron de tarde para que nadie sospechara, cada uno con su ch´uspa respectiva.Temprano habían ido a dejar el resto de alimentos para la ocasión.
Llegaron al camposanto y les esperaba el amigo cuidador, bebieron hasta muy entrada la noche, una vez borracho le enviaron a dormir pues ellos harían la guardia . Apenas se acostó el amigo se escucharon melódicos los trenos que salían de su boca constipada.
Abrieron rápidamente la loza de cemento que cubría el nicho. Sacaron el cajón y con un diablo abrieron la tapa de vidrio, ahí estaba el padre, serio y dormido con la mirada a medio cerrar, un fuego recatado los cuidaría esa noche en que un ciclo nuevo se cerraba para ellos.
De entre los otros nichos sacaron la comida y las velas para el momento esperado, de pronto un hilo de jugos rojizos y amarillos rodaron  por la mejilla del difunto, con una pequeña linterna enfocaron el rostro pálido, en tres minutos los ojos del padre se habían vaciado, felices se abrazaron, brindaron por él y celebraron la explosión del ojo que cerraba el ciclo de la vida. Nunca más sentirían soledad pues su espíritu se quedaría  con ellos para siempre..

domingo, 17 de noviembre de 2013

Ñatita

Habían pasado casi quince años desde que la abuela  fue convertida  a la religión, veinte desde que el abuelo partió. En un santiamén volaron  años de costumbres, ancestros y tradiciones, que  fueron encerradas en el cuarto de los deshechos.
Ahí quedó relegada la caja craneal del abuelo, insignia de la familia cada primero de Noviembre, so pretexto de herejía tuvo que quedarse entre los colchones viejos y las latas de leche desocupadas para usarlas como moldes para el queso. Hubo que esconderla muy bien, pues los hermanos en la fé exigían devolverla a la tierra y darle cristiana sepultura, los nietos se esforzaron en ocultarla y cada vez que salían a buscarla ellos muy comedidos se ofrecían y aprovechaban de cambiarla de lugar. Se dejó de realizar la faramalla cuando murió la abuela y los hermanos en la fe dejaron de visitar la casa.
Entraron sigilosamente saltando la reja, la ausencia de luna hacía más fácil la operación. Revisaron todo de arriba a bajo, la oscuridad era cómplice de la recuperación.
No se escuchaba un alma, el estómago se revolvía con el olor de putrefacto de las flores, al fin llegando al lugar convenido y a la cuenta de tres, saltó la tapa de cemento que cubría el nicho. Abrieron la caja y el rostro sonriente de la abuela apareció lóbrego y calvo.
El mayor la tomó con cuidado y el crujido de desencaje sonó estruendoso ante la mudez de la noche nortina.
¡Quién anda ahí!-- se escuchó a lo lejos la voz del cuidador que se acercaba, cerraron como pudieron y corrieron presurosos a saltar la reja trasera.
 El amanecer fue como los de antaño, las ñatitas adornadas de flores,  sonreían en la mesa de diario adornada para la ocasión.


domingo, 13 de octubre de 2013

Salla

Habían terminado de amarse en la orilla de la quebrada, ella lo observaba con sus grandes y tristes ojos. Lo examinaba lentamente: el amplio talle, su dulcísima mirada, largos cabellos en desorden perfecto. Ahora descansaba medio dormido, su cuerpo reposaba luego de saborear el placer inmenso que había significado poseer a la muchacha que cada día se entregaba a su calor.
Lo vio, inmóvil, tranquilo, vulnerable. Acarició con sus ojos por última vez aquel cuerpo de hombre y salió de la quebrada, se vistió y partió rumbo al hogar. Por su mente viajaban millares de ideas, por su corazón solo una. 
Alzó la vista hacia el cielo y el día no era el mismo sin él en su lugar, el frío de su ausencia hizo eco en la aldea, la gente asustada comenzaba a murmurar.
Entrada la noche, se sentó junto al río y con los ojos llorosos pidió a Killa un consejo, ella enternecida la cubrió con su manto y en la misma posición sentada la dejó inmóvil para siempre.
Inti ñukikuy la buscó días y días, hasta que agotado decidió regresar a su lugar.
Los lugareños extrañados no pudieron jamás explicarse el frío en aquellos meses de octubre y la aparición de la gran rumi a la orilla de la quebrada.




miércoles, 2 de octubre de 2013

Inti

Flotaba de espaldas en el agua mientras lo observaba, sus fuertes rayos le brindaban el calor necesario para mantenerse en las gélidas aguas de inicios de Octubre.Lo amaba y a diario se entregaba a sus cálidos brazos, en la orilla del río.
Él quizá no la amaba, pero la deseaba cada día que la veía desnuda flotando allí. A esa hora brillaba con más fuerza para comunicarle su deseo, abrigando su frágil cuerpo color  canela, sus pechos redondos y duros, sus mínimos pezones, erectos por el frío o por la pasión que despertaba en ella. Largas piernas, pubis descubierto, todo su cuerpo mirándole de frente, desafiante, deseoso.
 Sintió inflamarse  por dentro más que nunca, lleno de pasión quiso dejar de ser deidad y bajar a la tierra para tenerla, para sentirla, para amarla.
Ella se levantó más tarde que de costumbre, esta vez los rayos de Taita Inti no la despertaron, el día nublado no quitó sus ganas de bañarse en la quebrada como era su costumbre. Lo buscó en la inmensidad del cielo y no lo encontró, las nubes impedían divisarle como en otras ocasiones, se entristeció por largo rato, hasta que sintió la fuerza de una mirada.
No muy lejos un alto varón la atisbaba, el desorden de largos cabellos del color de los trigales maduros adornaban un rostro amable, de mirada penetrante.
 Se fue acercando y a cada paso le transmitía su calor, el agua poco a poco fue templándose y con ella su cuerpo desnudo.
De espaldas en el agua lo vio enmarcado en el gris cielo, de pie frente a ella lo reconoció de inmediato.
Abrió sus torneadas piernas y se entregó sin tapujos.
Todo su ser se introdujo dentro de ella una y otra vez, por fin la tenía entre sus brazos ya no sería de ningún hombre de la tierra, ahora era sólo de él. 
Se amaron intensamente esa mañana y los lugareños por vez primera, se sorprendieron ante  la frialdad del día que contrastaba por primera vez, con la calidez del agua de la quebrada.




miércoles, 25 de septiembre de 2013

Yunka

El estío calentaba con fuerza la tierra y el calor del momento encendía hasta el más frío de los corazones cordilleranos.
 Lo vio venir quebrada abajo: altísimo, fuerte, varonil, de caminar lento y pausado. Su corazón agitado no podía soportar la cercanía del joven, de pronto el latido escaló por la garganta impidiéndole respirar.
Sus miradas coincidieron y el rubor subió en escalada por sus mejillas, el hombre  le propinó un seco saludo con la vista, ella se sintió desfallecer.
Entrada la noche divisaba las primeras estrellas cuando oyó el relinchar de caballos, el alboroto le quitó la quietud.
Ansiosa quería ver que estaba sucediendo, pero el miedo pudo más, en un abrir y cerrar de ojos fue presa por  la cintura y elevada hasta al lomo del caballo que galopaba brioso cuesta abajo en la quebrada. Confundida quiso mirar alrededor pero un fuerte brazo la aprisionaba casi impidiéndole respirar, la rudeza del hecho le asustaba, los sollozos se hicieron parte de ella, el miedo la inundaba, poco a poco la extremidad dejó de hacer presión al sentir el húmedo contacto con las lágrimas.
 El caballo se detuvo en una choza, al bajar notó que era el mismo joven de la mañana. La rodeó con sus brazos fuertes, la besó en la boca hambriento de deseo ,  fue despojándola de sus ropas sin delicadezas. Cuando la tuvo frente a si completamente desnuda, casi no pudo sostenerse en pie, el color canela de la piel de la muchacha contrastaba con las mejillas encendidas, la pasión se hizo dueña del hombre.
La tomó  tiernamente llenándola de caricias, se recostó en la tierra que estaba  aún caliente,  una  fuerte conexión entre la madre tierra y ellos se hizo patente, observó el cielo plagado de estrellas que  hizo el marco para la figura desnuda de la mujer que a horcajadas se dejaba penetrar subiendo y bajando en medio de un éxtasis sin comparación.
Ambos cabalgaban unidos y vivían el primer encuentro en Sirviñacuy.